¿QUIEN
ES ALCOHÓLICO?
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Cuántas veces hemos oído la frase siguiente: «Ojalá
esto lo hubiera sabido unos años antes...» Así
sintetizan muchos alcohólicos su pensamiento al iniciar la
rehabilitación.
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El alcohólico es un ser muy complejo. Por así decirlo,
su pensamiento no tiene nada que ver con el de una persona normal.
No quiero decir con ello que sea mejor ni peor, pero sí que
es fundamental, para poder comprenderle, aceptar que es distinto.
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Un alcohólico, antes de empezar a depender de la bebida,
antes de necesitarla, y un alcohólico rehabilitado, es decir,
que no bebe, es prácticamente un hombre normal. Su pensamiento
es similar en sus reacciones y conclusiones al de cualquiera de
nosotros, y por ello se puede establecer un diálogo constructivo
y normal con él. Pero, en cambio, pretender que un hombre
bebido o sumergido en la neblina de su alcoholismo sea capaz de
esta actitud normal, es ignorar la realidad que se tiene enfrente.
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Si en alguna ocasión, sin llegar a la embriaguez, han ingerido
ustedes una dosis suficiente de alcohol, habrán notado que
algo en su interior ha cambiado. Este cambio es fruto de la acción
del alcohol sobre el sistema nervioso, sobre la personalidad. El
alcohólico está sometido a esta presión extraña
a él de una manera continuada. Ya no es él mismo.
Su conducta y sus reacciones no son las deseadas y previsibles.
La manera de tratarle no puede ser, por tanto, «normal».
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Intentemos ver a grandes rasgos qué pasa en el interior del
enfermo, elaboremos un retrato robot del alcohólico tipo:
cuando el individuo pierde su dominio sobre la bebida, cuando la
necesita, no por ello deja de percibir que está bebiendo
en exceso. Se da cuenta de que a la mañana siguiente tiene
malestar y desánimo; entonces hace un sinfín de buenos
propósitos y desea sinceramente rectificar, pero como tome
uno o dos vasos para colmar la ansiedad de la resaca, de nuevo pierde
el dominio sobre sí mismo y con ello todas las buenas intenciones
se evaporan y se olvidan. Este ciclo se repite indefinidamente.
Es imposible que su personalidad pueda resistir la evidencia repetida
de su propia incapacidad, de su falta de voluntad. Por ello, para
sentirse menos incómodo frente a sí mismo, sin darse
cuenta empieza a justificarse sistemáticamente. Ya no atribuye
las molestias de la mañana a la bebida -su culpa-, sino a
cualquier otra cosa. En este sentido, le es más fácil
vivir en paz consigo mismo, proyectando en los demás la responsabilidad
de lo que ocurre. Y, evidentemente, el trabajo y la familia, por
ser los dos elementos con los que convive más íntimamente,
serán los primeros blancos hacia los que dirigirá
los dardos de su crítica autojustificativa. Esta necesidad
complaciente para consigo mismo le convierte en un simulador y,
por tanto, la objetividad y el buen juicio se alejarán de
su raciocinio habitual. Llegado a esta fase, es más fácil
permanecer en la niebla del alcohol que soportar las resonancias
de la propia conciencia. A la larga deja de ejercitar su voluntad
y ésta, por el desuso, se atrofia. Hay otro aspecto muy característico
de estos enfermos: la irritabilidad. La desazón interna hace
que el alcohólico, inadaptado y en continua contradicción,
necesite culpar a los demás de lo que realmente va mal en
él mismo y por él mismo. Cualquier llamada a su conciencia
le replantea algo de lo que él ya se ha habituado a prescindir.
Incapaz y a de un juicio claro y una respuesta adecuada, se sale
por la tangente de la manera más sencilla, es decir, culpando
a los demás. Su ánimo es también inconsistente
y pasa con suma facilidad de una alegría tosca, ruidosa y
sin ingenio a una lacrimosidad sentimentaloide. Creemos que este
esquema es suficiente para entender cómo progresivamente
el enfermo va alejándose de su personalidad normal, cómo
va declinando moralmente, cómo va perdiendo la voluntad.
En el momento en que se siente hundido y ya sin fuerza para enderezarse,
aparta de su mente toda idea de posible curación y se deja
arrastrar por la corriente con una actitud de indiferente autodestrucción.
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Ni que decir tiene que todo este proceso no se establece en unas
semanas: requiere años de evolución.
SITUACIÓN DE LA ESPOSA FRENTE AL ALCOHÓLICO
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Encabezamos así este apartado por ser la esposa, en líneas
generales, la que se enfrenta con el enfermo; pero estos consejos
generales pueden se válidos también para los padres,
hermanos y amigos.
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Si aceptamos que el alcoholismo es una enfermedad, como tal hay
que tratarla. Dicho de otra forma: carece de utilidad la buena voluntad
que no esté adecuadamente encauzada. En el transcurso de
los años, muchas enfermedades que fueron «vergonzosas»
han dejado de serlo: enfermedades venéreas, lepra, tuberculosis,
enfermedades mentales, se ocultan sistemáticamente. Cuando
la evolución de la medicina empezó a facilitar su
curación, este carácter vergonzoso y, por tanto, oculto
comenzó a desaparecer. Actualmente, el alcohólico
es considerado como un golfo, un perdido y un vicioso. Médicamente
esto es inadmisible, y prueba de ello es que, tratados adecuadamente,
muchos alcohólicos dejan de serlo.
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Así, pues, consideramos necesario para ayudar a un paciente
alcohólico admitir esta premisa.
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En segundo lugar, el deseo de ayuda ha de ser profundamente sincero
y va a exigir muchos esfuerzos sobreañadidos al derroche
de paciencia y buena voluntad que ya se ha hecho.
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En tercer lugar, es preciso un cambio en la actitud observada hasta
entonces sin resultados.
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Cuando en una familia hay un enfermo alcohólico, su enfermedad
se extiende imperceptiblemente a todos sus miembros. Aunque de una
manera diferente, la esposa, hijos, etc., también están
enfermos. No se puede vivir en continuo desasosiego e inquietud,
con la inseguridad económica, con el temor del regreso a
casa del marido ebrio, y al mismo tiempo conservar toda la serenidad
y claridad de juicio. Y como una persona enferma del sistema nervioso,
desequilibrada, difícilmente puede ayudar a otro enfermo,
lo primero que debe pretenderse es una reconsideración de
la propia circunstancia que facilite un equilibrio armónico
de los miembros de la familia del alcohólico. Ya sé
lo que muchos de ustedes pensarán: que es muy fácil
dar consejos, pero muy difícil convivir con un alcohólico.
Lo sé. Pero también sé que los consejos que
siguen están fundamentados en una dilatada experiencia, y
es esto lo que brindo. A veces no han sabido ustedes cómo
actuar; queriendo ayudar, no han visto claramente cómo podrían
hacerlo. Hubieran deseado poder comentar con alguien su caso, recibir
una orientación. Contestar a estas dudas es el fin primordial
de este folleto.
LO QUE DEBE USTED HACER
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Acuda a los centros existentes en el país especializados
en este difícil empeño antialcohólico:
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a) Asociación de ex-alcohólicos.
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b) Dispensarios antialcohólicos.
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c) Alcohólicos anónimos.
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d) Centros psiquiátricos.
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e) Médicos psiquiatras.
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f) Asistentes sociales.
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g) Familiares de alcohólicos curados.
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Exponga en ellos su situación e indudablemente sacará
usted consejos provechosos de utilidad inmediata.
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Piense en todo momento que, si usted se siente desgraciado por el
drama familiar que la aqueja como consecuencia de la enfermedad
de su marido, muy posiblemente él también es desgraciado,
e incluso es posible que más que nadie. Probablemente su
marido la haya decepcionado. No corresponde su realidad a las ilusiones
que usted se había hecho. No es su «príncipe
azul». Debe usted aceptar la realidad, pues, intentando convertirlo
en el hombre que usted cree que debía ser, no obtendrá
nada positivo.
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Pese a todas las limitaciones impuestas por el alcohol en la personalidad
del enfermo quedan pequeñas parcelas de su personalidad aprovechables.
Intente estimular discretamente esos valores que aún permanecen
sanos. Comente con él las determinaciones que está
dispuesta a tomar. Hágale ver que, a pesar de todo, él
las sigue siendo consultado y escuchado. Déjele tomar poco
a poco iniciativas. No de pronto, pues tal vez no tolere tanta carga.
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Trátele con cariño, un poco maternalmente, como a
un niño inmaduro, pero procurando que él no perciba
su afán de ayudarle para evitar las reacciones de rechazo.
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Hágale sentir que, a pesar de todo, usted le necesita. Realmente
suele ser así, pues de otro modo hace tiempo que hubiera
usted prescindido de él.
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La necesidad del alcohólico de justificarse le lleva, como
usted muy bien sabe, a mentir con frecuencia. Procure no exhibir
sus dudas sobre la veracidad de lo expuesto, y mucho menos ante
terceras personas. Una duda en el aire es menos tensa y más
eficaz que arrinconarle en su falsedad.
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Procure reactivar en él todas las iniciativas que antes le
interesaban. Intente incluso interesarle por nuevas actividades.
Afectuosamente, y con un clima familiar sereno, conceda importancia
a sus sugerencias e interésese por ellas. Aprenda ahora lo
que tal vez debió hacer antes, es decir, aprenda cuáles
son sus centros de interés, sus aficiones, sus gustos. Piense
usted que muchas esposas -aunque no sea éste su caso- jamás
supieron por qué el marido se encontraba más a gusto
en el bar que en casa. Con frecuencia, sus inquietudes y aficiones
eran más comprendidas por los compañeros de barra
y vaso que por los suyos.
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Los alcohólicos son muy susceptibles; se saben en falta,
aunque no lo confiesen, y están en permanente inadaptación,
como incómodos consigo mismo. Es preciso, por tanto, que
su marido perciba en usted afecto y comprensión. Cualquier
frase, gesto o acto que pongan de manifiesto su desequilibrio no
le harán recapacitar, sino reaccionar a la defensiva acentuando
su sentimiento de inadaptación
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Sé que todo lo antedicho en muchos casos se ha intentado
ya sin éxito. Sé que no es fácil estar siempre
alerta para cumplir todos los consejos. Pero piense que si actúa
usted cariñosamente siempre y no olvida que su esposo es
un enfermo, la tarea será mucho más sencilla.
LO QUE NO DEBE USTED HACER
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No debe usted pensar que es un vicioso, pues realmente es un enfermo.
Pero tampoco es, como usted piensa, un enfermo porque quiere, ya
que dejando de beber sanaría. Precisamente su dolencia consiste
en que no puede dejar de beber.
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No debe usted desanimarse en su empeño por regenerarle. No
debe usted claudicar pensando en que está cansada de luchar
inútilmente. Con perseverancia y cariño, con esperanza
y paciencia, su esposo puede llegar a ver claro un día y
ser éste el principio de su recuperación. No se recrimine
a sí misma por los errores cometidos por no haber sabido
actuar adecuadamente. Piense usted que tan sólo es su esposa,
no su psiquiatra.
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Tampoco
debe usted amenazarle. Sobre todo si las amenazas que usted expresa
no piensa cumplirlas. Llegado el caso de que realmente no haya ya
nada que hacer y que la violencia de su esposo constituya un auténtico
riesgo para usted y los suyos, debe determinarse sin retrocesos
y obrar serenamente.
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Los argumentos sentimentales tampoco conducen a resultados positivos.
No le diga, pues: «si me quisieras...», «si pensaras
en nosotros...». Como ya dije al principio, no deja de beber
porque no puede, mas tal vez les quiera mucho.
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No intente discutir. No se empeñe en que prevalezca su criterio.
No se trata de un problema de averiguar o demostrar quién
tiene razón, sino de demostrar con su serenidad que es capaz
de ayudarle.
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No
se le ocurra protegerle frente a la bebida mediante la táctica,
tan común como errónea, de vaciar la casa de botellas
y recomendar a las gentes y lugares que frecuenta que no le sirvan
alcohol. Ello le hará sentirse en ridículo, le indignará,
y sin lugar a dudas, volverá a comprar bebida o irá
a bares donde no le pongan trabas. Sería, pues, una pérdida
de tiempo y de dinero.
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Procure no hablar del tema alcohol si no inicia él la conversación.
De ser así, muestre toda simpatía por los pequeños
logros que le cuente; siga el curso de su diálogo y, si en
algo no está usted de acuerdo, hágalo ver que tal
vez esté equivocado, pese a lo cual puede siempre contar
con usted para tratar de ayudarle.
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No incurra en el error de beber con él pensando que así
beberá menos. Lo más probable es que beba igual o
más, y que si empezaba a disponerse a luchar por la abstinencia,
su tolerancia le conceda un momento de respiro para proseguir en
su actitud abúlica.
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No tome demasiado en consideración sus celos infundados:
se los dicta la propia inseguridad en sí mismo y los pequeños
rechazos que percibe en usted misma.
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No le distancie de sus hijos. Muchas veces, deseando ser compadecida
y necesitando apoyo, intentará hacer causa común con
ellos. Tal postura le dejaría a él más desvalido.
Sus hijos deben aprender a través de usted a querer a su
padre, pese a todo. Deben comprender que su violencia no es natural,
sino fruto de la enfermedad, y que, si entre todos consiguieran
curarle, sería tan bueno como cualquier padre.
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No sienta celos si ve que atiende a los consejos del médico,
siendo así que a usted nunca la escuchó. Si tuviera
el tifus no estaría celosa del médico que le tratara.
Recuerde otra vez que su marido está enfermo.
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Otro error grave es perseverar en el tratamiento a domicilio por
temor al qué dirán. Los prejuicios nunca ayudaron
a nadie.
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Eluda el engaño. No puede usted llevarle al especialista
diciéndole que van a visitar a un familiar. No puede llevarle
al psiquiatra diciendo que van al dentista porque le duele a usted
una muela. El engaño y la insinceridad tal vez sean utilizados
reivindicativamente por él para eludir la cooperación.
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Una vez sometido a tratamiento apóyele entusiásticamente.
Pero no piense que todo está vencido. Cabe la posibilidad
de una recaída, de un bache. Esta circunstancia no debe desanimarla,
no equivale a un fracaso definitivo. Él debe percibir cuán
peligrosa es la confianza excesiva. Ha de darse cuenta de que dejar
de beber es para él muy difícil, pero que sigue contando
con el apoyo de todos ustedes.
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Las gentes que le rodean deben mantener invariables sus costumbres.
Quiere ello decir que, si en su casa hay otros miembros de la familia
que tienen por costumbre el beber han de seguir con sus hábitos.
Su marido no ha de dejar de beber porque se implante la ley seca,
sino porque llegue a concienciarse que él no puede beber.
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No le persiga para olerle el aliento. No le sugiera que llegó
tarde porque viene del bar. Si así fuera, no conseguiría
nada. De estar equivocada, le haría mucho daño.
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Ayúdele también a elaborar sus excusas cuando las
circunstancias sociales le pongan en el brete. No se queda mal en
una boda o en un vino de honor por no beber. Hay muchas personas
que, por una gastritis, por una insuficiencia hepática o
simplemente porque no les gusta, prescinden del alcohol.
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Durante años llevó usted el peso del hogar, todas
las responsabilidades, incluso a veces tuvo que trabajar para subvenir
a las necesidades de sus hijos. Piense que esto la dignifica, no
se avergüence. Pero, con frecuencia, la tensión mantenida
largo tiempo, al dejar de beber el marido y coger el relevo de las
responsabilidades, crea en la mujer una distensión que la
aboca a la depresión, fruto del esfuerzo sostenido. Esté
usted alerta contra este riesgo.
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Antes de pasar a enumerar unas verdades absolutas que le servirán
para redondear su conocimiento del problema, le recuerdo dos cosas:
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La experiencia adquirida en la lucha por la abstinencia de su marido
puede ayudar a otras personas. No escatime esfuerzos, no se guarde
para sí los conocimientos adquiridos. Ayude a quienes están
en circunstancias similares a la suya y crea que su caso no es único.
Hay muchos iguales o peores.
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Y, por último, piense que, aunque toda la batalla emprendida
no haya acabado con una victoria, sus esfuerzos han hecho de usted
una persona más comprensiva; mejor, más ecuánime.
De este equilibrio se han baneficiado también sus hijos.
LAS VERDADES ANTES ANUNCIADAS SON
- En
nuestro país, el vino es más barato que la leche.
- En
España hay aproximadamente de cuatro a cinco millones de
alcohólicos.
- El
alcoholismo es una enfermedad que tiene cura, no un vicio.
- Entendemos
por alcohólico a quien perdió la libertad de abstenerse,
enfermando física, psíquica o socialmente.
- El
concepto de alcohólico viene dado por los prejuicios que
ocasiona individualmente, no por la frecuencia o cantidad bebida.
- El
alcohol no es un alimento natural; su consumo corresponde a los
intereses creados.
- Para
los niños y las mujeres gestantes, el alcohol es un veneno.
- Al
alcoholismo se llega, bien sea bebiendo para aliviar tensiones
insoportables para el sujeto, bien sea por el hábito social
de beber.
- Para
un ex-alcohólico, la abstinencia ha de ser completa y para
siempre.
- Cuando
enferma un alcohólico, con él suele enfermar toda
la fa
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